jueves, 25 de marzo de 2010

Como dulce trueno (fragmentos)

por Franco Salcedo*


Marie anda de aquí para allá escuchando música, siempre. Le gusta La foule, le gusta leerme cosas en la cama cuando no se me para y fumo y me duermo entre sus piernas. Ella también fuma, así que compartimos el cenicero, el hastío de la tarde, los primeros destellos de una ciudad que es malva bajo los faroles. Lerner, el gato del vecino, siempre viene a visitarnos; el pobre vive con un viejo que pronto se va a morir, al viejo Job le diagnosticaron cáncer pero nadie habla de eso, nadie le dice que se va a morir, solo a veces yo pregunto como una letanía:

¿Se muere el viejo de Lerner, Marie?

Sí, Drink, se muere. —Y me sigue leyendo.

Ella aprendió a bailar salsa para una película de bajo presupuesto. Cuando está feliz baila conmigo, me hace girar por el departamento, nuestras sonrisas se hacen una algarabía interminable… entonces me suelta, sale desnuda hacia el balcón, sobre las luces del alumbrado deshaciéndose bajo la aurora —todo azul, después morado y nebuloso, después blancuzco—. Entonces se apoya en la baranda y vomita toda la cerveza, un mundo viscoso hacia mundo deforme. Se limpia la boca con la mano, enciende un cigarrillo, me mira desnuda en medio de la sala, damas y caballeros, de pie, o hace una reverencia y se ríe de esa forma extraña —como dulce trueno.

En verdad, todas sus películas han sido de bajo presupuesto. No le importa mucho el dinero, le gustan los gatos, le gusta La foule, le gusta repetir las cosas todo el tiempo, se pasa la mañana viendo películas de Bud Spencer y Terence Hill en el Betamax. Pero no le creas todo, uno nunca sabe cuándo está hablando en serio, aunque me voy dando cuenta; además, si no se me para, me rasca la cabeza y se pone a leerme cosas en la cama mientras fuma o abre un vino en caja del refrigerador. Le gusta el vino, la cerveza y el bromazepam. ¿Qué creías… que no puede deprimirse como todos? (acaso esperas que no sueñe cosas turbias). Le gusta que le lama la vagina hasta correrse y entonces empieza a toser y se atora y escupe sangre y enciende un RedKin Blue con los ojos llenos de lágrimas, con la garganta apretada y caliente por donde discurren pequeños coágulos que ella traga con la ayuda del humo del cigarro.


Donde habite el olvido

El amor era una cosa triste con Marie: mezcla de ausencia, cerveza, ojeras; un desfile de explosiones en las márgenes de un río silencioso. Nico, su hermano menor, suele conversar conmigo cuando voy a visitarla; dice que este año se ha vuelto hincha de River porque en Navidad su papá le regaló la camiseta, el regaló el short, las medias (la indumentaria completa) y ahora viste como en las fotografías y yo le digo, claro Nico, eres como el Enzo (uruguayo), como el matador Salas (chileno), como Pablito Aimar (argentino). Entonces desaparece y me deja solo. Al rato vuelve con El Gráfico, la revista deportiva que hojeamos en silencio (albirrojo): Franco, ¿vamos al estadio?; le digo que se vaya a la mierda (mientras pasamos las hojas) y él ríe porque sabe que iremos al Monumental este domingo (las fotografías en sepia) y gritaremos muchas malas palabras… No pasa nada, ella te ha querido siempre; me mira de esa forma (en blanco y negro), como si entendiera, y yo le digo que sí (en color), que hay otros que ha querido siempre, pero que se vaya aprendiendo todas las canciones porque este domingo le ganamos al Barza, al Manchester, a todos juntos, mientras le acaricio la cabeza o le doy un puñetazo en la boca. No llores Nicolás, ni te dolió… (ni te dolió).


Un lugar bajo los cielos

Vincent apareció un día en que Franco estaba de viaje. Al volver no encontró a nadie, por eso le llamó la atención el gato roncando en el sofá. Le acarició el lomo y Vincent salió corriendo como si le hubieran pasado corriente. ¡Jo!, el gato se orinó de miedo y al escapar se estrelló con el ventanal. Yo sé lo que pasó porque en la casa el tiempo funciona de otra manera, el tiempo flota como la espuma sobre la cerveza; por eso las dos épocas conviven como superpuestas, las historias se juntan, se alejan, se acercan de nuevo, conversan, susurran, se quedan en silencio.

La casa quedaba en un antiguo bulevar, junto a un asilo para ancianos, en el distrito de San Regis, cerca del mar. Desde la terraza se podría ver el patio donde sacaban a los abuelos a tomar el sol como vegetales marchitos. El viejo Job pasó mucho tiempo ahí antes de mudarse al piso contiguo al nuestro. Le habían diagnosticado cáncer, y como se tomaba a los médicos muy en serio terminó pasando las tardes jugando a las damas bajo el sol del moridero San Germán. Pasó tanto tiempo ahí esperando la muerte y NADA. Los juegos de mesa terminaron por aburrirlo. El sol era un triste consuelo y extrañaba los bares y las putas. No pudo más, lo que pasa es que no pudo más y se largó sin avisar. Nadie supo de él en mucho tiempo hasta que un día reapareció por el vecindario muy borracho y más sano que nunca. Franco le alquiló el piso de al lado, y desde entonces somos vecinos. Pero cuando llegaba muy pasado se iba al asilo. Cuando Vincent se hizo mi amigo empezó a venir a casa, fue así como lo conoció Efe y después todos los demás: durmiendo en el sofá y saliendo a chocarse contra la ventana. Me cago de risa, el gato es cosa seria para ser un gato.


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*Franco Salcedo (Chincha, 1974) ha publicado Entre ceros y unos (breve antología de literatura y fotografía, 2004), Como dulce trueno (palimpsestos, 2008) y El Solitario (crónicas de viaje, 2009); todas publicadas bajo el doble sello editorial que el propio autor ha creado como parte de su obra de ficción: Mordaza de las Sombras & El-camino-de-las-tardes. Afirma haber ganado una caja de cervezas en un concurso de literatura erótica por Internet con el relato Amo a Ximena por el culo y, en la actualidad, se dedica a escribir guiones para teatro, escuchar música de todo tipo y ver películas en salas vacías.

miércoles, 24 de febrero de 2010

Hostal Amor (fragmento)

por Cayo Vásquez *

Sheyla

17 años, estudia secretariado computarizado

en la academia Rayoteck. Le encanta

comprarse ropa y sueña con casarse algún día.

Eventualmente trabaja como prostituta clandestina.


Soy una chica bien linda, bien bonita, llena de sueños y muy encantadora, a donde voy soy el alma de la fiesta. Soy delgada, tengo una buena cinturita, unos pechos no muy grandes ni tampoco muy chiquitos, pero están bien puestos. Mi colita es bien redondita y pone locos a los hombres…

Vivo con mis papás y mis dos hermanitos una mujer y un varón, que todo el día me friegan, pero igual les quiero. Mi papá trabaja como vendedor en una tienda de artefactos eléctricos y mi mamá es ama de casa. Qué más puedo decir… que soy bien linda, bien confiable y bien alegre. Si una no se alaba quién pues, aunque a mí ni falta me hace… Cuando me pongo mis jeans y una blusita bien chiquita y apretadita, se me ve un cuerpazo, y nunca faltan en la calle los mañosos que me miran y de todo me dicen, en eso nomás se fijan los hombres.

Yo no soy ninguna puta, eso es otra cosa. Yo lo hago bien escondido, sin que nadie se dé cuenta y sólo con hombres que vienen de afuera; y no les digo: cobro tanto, no, ellos ya saben cómo es la cosa y al final el que me da mi plata es el chivito. También salgo con uno que otro viejo que es de aquí, pero con los que tienen mucha plata; son bien mañosos, lo bueno es que se enamoran fácil y no son bocasueltas, y les gusta hacerme regalos caros. Además sólo va a ser por un tiempo nomás, hasta que me case y me vaya de aquí.

Me gusta mucho comprarme ropa que está a la moda: jeans, blusas, vestidos, zapatos, relojes, cosméticos, joyitas, de todo. Pero lo que más me gusta comprarme es ropa íntima; lencería fina como calzones, sostenes, tangas, mini tangas, de todo me gusta. Si puedo semanal me compro y me paso horas escogiendo en las tiendas. Justo ahorita estoy paseando por la calle Próspero cerca de Belén viendo tiendas. A ver voy a entrar en esta tienda, Claudita Fashion se llama, aquí venden buena ropa íntima. Ya estoy como dos horas creo, la vendedora ya me mira medio rabiándose.

Dame éste en rosado y en azul. Y también ése en rojo... y ese sostén en celeste... esta tanga en negro... ¡y este conjuntito en violeta también que está bien bonito!

Llego a mi casa y me encierro en mi cuarto, me pongo uno por uno y me miro de cuerpo entero en mi espejo que es grande. Me miro por largo rato, veo si me crecieron más mis nalgas, si no se me están cayendo, si no tengo estrías. Miro mi cinturita de avispa cuidando que no me salgan rollos. Mis senos son bonitos, paraditos. Yo no hago nada de ejercicios, lo bueno es que no engordo fácil; cuando como mucho me da por ir al baño a vomitar por el miedo a que me engorde. No me gustan las gordas, odio a las mujeres gordas y mucho menos soportaría engordar, es feo, las gordas no deberían existir, la gordura es horrible, ¡qué asco! Cuando hago el amor con un hombre que tiene mucha panza me da cosas, tengo que fingir nomás.

Pero me sigo mirando en mi espejo y me pruebo el conjuntito que tanto me gustó, una tanguita bien chiquita con su sostén que te levanta el busto, es un violeta bien encendido pero delicadito, parece seda, medio transparente, se nota un poquito mis pezones. La tanguita encaja bien con mis caderas y mis pompis parecen como esos potos de las modelos que salen en los catálogos de ropa de Unique. Me pongo mis zapatos de taco alto y me veo más alta, mis piernas largas se ponen firmes y duras; no soy chata, estaré midiendo un metro setenta más o menos. Mi piel es linda, es uniforme y suave; no tengo manchas, mi piel es canela y bien primorosa. Mi culito es bonito, me lo toco y me lo acaricio, como no tengo celulitis mi mano corre fácil y ligera. Toco mi barriguita y es durita, me toco suave y subo despacito a mis senos, redonditos, redonditos. Mis pezones son negritos y chiquitos, cuando los acaricio se me erizan y se paran, bien graciosos son, imagino que un hombre fuerte me los besa con su boca, me los acaricia con su lengua y me los muerde delicadamente; con sus manos fuertes me agarra de la cintura y baja hasta mis nalgas, siento que abajo me estoy mojando y me mojo... estoy bien mojada... no puedo respirar bien... mi tanguita cambia de color y mis piernas están juntas bien apretaditas... mi mano... ¿dónde está mi mano?... estoy acariciando mi tanguita, la tela es linda, fina, sedosa, me estoy sobando, acaricio la tela... y me frota mi cosita... ¡Ay! qué horror, me estoy sobando en mi cosita... ¡mmmm!... qué dirían si alguien me ve... ¡qué rico!, me ahogo, no puedo respirar... ¡estoy bien mojada! ¡mmm!... ¡mmmmm!…

¡Sheyla!... ¡tu celular está que suena!, ¡le has dejado en el baño!

¡Uy!... ¡ya mami!... ¡Ufff!... ¿Aló?

Aló... Sheyla, soy Segundo, ¿qué haces?

Aquí, regresando de la Próspero de comprarme ropa... ¡Ufff!... estoy bien agitada.

Segurito de comprarte calzones... ¡prosista pues eres!

Ja, ja... ¿y?… ¿qué hay?

Oye flaca, hay un pata que hoy ha llegado de Lima, se llama Diego. Él ya ha estado con otras de las chicas y quiere una chica linda como tú para esta noche.

No sé... he quedado en salir con mis amigas de mi promoción de colegio.

Ya pues, estás con ellas un rato y de ahí nos encontramos para llevarte a su hotel.

¿En qué hotel está?, no va a ser un hotelucho, sino no me voy.

Cuándo pues te he llevado a un hotel feísimo. Mira, él está en un hotel en el centro, así que para no hacer mucha luz le he citado en un hostal que está cerca del aeropuerto, se llama El Manguaré, bien bonito es, todo alfombrado. Creo que ya lo conoces. Qué hoteles pues no conocerás… cachera… ja, ja, ja.

Vete a la mierda chiva babosa… ja, ja, ja. Oye… no va a ser en el Hostal Amor, ¿no?

Ja, ja, ja... Qué tal mentiroso ese pendejo, ¿no? Bien lindo nos engaño.

Sí pues. ¿Pero y si de verdad como dice la gente saca un libro que habla de nosotros? Ahí sí me friego.

No, no, no… No te preocupes, qué ya pues, si ese baboso sólo nos estaba mintiendo, lo único que quería era tirarte y nada nomás.

Pero nosotros le creímos que era de Lima y que tenía plata, yo toda cojuda le solté todo sobre las otras chicas, y además me tiró bien el concha su vida… era un arrecho.

Ya, ya, no va a pasar nada. Ese huevón sólo es un borrachito de mierda sin nada qué hacer con su miserable vida.

Ya. ¿Y cuánto voy a ganar ahora?

No te hagas la tonta, tú ya sabes que es 100 soles para ti sólo por dos horas de tu tiempo nada más.

¿Pero cómo es él?

Sí... es simpático y no es gordo.

Ya, sí voy. ¿A qué hora más o menos?

A las once en punto.

Me llamas un poquito antes.

Ya, yo te llamo, chao arrecha… ja, ja, ja.

Chao loca.

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* Cayo Vásquez (Iquitos, ?) es músico y escritor. Ha publicado Voces de la Ayahuasca (2000) y, recientemente, Wazuri (2008). Hostal Amor (Tierra Nueva, 2005) ha causado una gran repercusión en la tradición literaria amazónica, produciendo opiniones a favor y contra del estilo y la temática narrativa del autor. En la actualidad, se dedica a desarrollar proyectos musicales en Cali – Colombia.

viernes, 15 de enero de 2010

El niño que siempre decía "esas cosas pasan"

por Arturo Zúñiga*


And the boy was something mommy woudn´t wear.

Pearl Jam


Había una vez un niño que salió de su casa con dirección a la escuela. Ni bien salió a la calle una bomba explotó cerca de él lanzándolo varios metros por los aires. El niño se puso de pie y exclamó “esas cosas pasan”, al tiempo que levantaba los hombros. El niño siguió caminando y al llegar a la esquina se topó con un enorme avión de guerra. El avión pasó varias veces por encima de él disparándole ráfagas de metralleta. Cuando el avión se hubo marchado el niño salió de su trinchera diciendo “esas cosas pasan” y siguió su camino. En la escuela algunas granadas le reventaron en la cara y uno que otro compañero le disparó a quemarropa en el pecho.

Por la tarde cuando el niño regresó a su

casa su madre lo reprendió por haber echado a perder su traje escolar.

—¿Cómo es posible que haya ocurrido esto? —preguntaba la mamá del niño a la vez que lo partía en dos con un sable.

—¿Cómo es posible? —preguntaba mientras lo partía en cuatro.

Y así continuó partiendo progresivamente a su hijo como si fuera una cebolla en ocho, en dieciséis, en treinta y dos y finalmente en 64. Ni bien la madre consideró que su hijo había recibido suficiente castigo se detuvo y le habló.

— ¡Ahora vete a tu habitación! —le ordenó.

Entonces el niño recogiendo como pudo sus pedazos y haciéndole caso a su madre se fue refunfuñando a su habitación. “Esas cosas pasan” decía, “esas cosas pasan”.


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* Arturo Zúñiga (Lima, 1972) se ha desempeñado como comunicador en la radio y algunos medios escritos, pero su trabajo principal se ha situado dentro de la Internet, a la que considera —aún dentro de su cinismo— “como una oportunidad que no debemos dejar pasar”, no tanto por sus capacidades informativas o su anarquía, sino por su capacidad para juntar, confrontar y, a veces, indignar a los seres humanos, a pesar de las distancias. Ha publicado el libro de cuentos ¡Los chicos buenos no hacen eso! (San Marcos, 2003) y fue incluido en la antología de Literatura y Fotografía Entre ceros y unos. Actualmente, reside en España, donde escribe su segundo libro mientras se queja del hachís mezclado con tabaco que suelen fumar por acullá.

sábado, 19 de diciembre de 2009

Incendiar la ciudad (fragmentos)

por Julio Durán*


Al Chusko sólo pude verlo una semana después de su salida, luego de haber reunido fuerzas para no sentirme un ser demasiado insignificante a su lado. Tras haber pasado toda una tarde huyendo de mí y de esa conciencia, lo encontré en un concierto en No Helden, el último que hubo en esa discoteca antes de que la cerraran los de la Sunat y pasase a ser un instituto de computación. Aquella noche tocaban PTK, Psicosis, Actitud Frenética, Confrontación, Los Rehenes e Incendiaria. Al llegar y ver a Memo junto a dos chicos con casacas negras llenas de púas y con mohicano, me di cuenta de que mi cabello ya no estaba corto y en punta sino más bien largo, caído sobre mis orejas. Noté que no llevaba botas sino zapatillas y que mi pantalón estaba limpio, sin inscripciones. Al comienzo me sentí raro pero luego me dio igual…

El local lucía desolado, tenue y agresivo. Me envolvían la guitarra sucia e inexacta del grupo —aunque Raúl PTK sabía hacer de eso una virtud—, la vehemencia del bajo, tan persistente y machacante y las paredes negras del local, rodeadas de focos verdes y azules que hacían que lo blanco se viera morado o verde o azul. Sentí los pasos de alguien a mis espaldas y al mismo tiempo un cuchicheo. Reconocí la voz del Chusko.

Volteé lentamente y reconocí su figura, su casaca ensangrentada y agujereada, sus bastas del pantalón metidas en las botas de pasadores rojos. Era él, en medio de la penumbra, como un resucitado…

Esa noche comprobé que el Chusko no era de esta tierra… Todo lo que había quedado pendiente debía retomarse ya. Me preguntó cuándo sería la próxima reunión y le dije, balbuceando, que aún no lo sabía, que aún no habíamos quedado en una fecha. Luego de mencionar que lo más prudente era detener por un tiempo las actividades del colectivo, dijo que el día anterior había visto en La Victoria un muro extenso. Había hablado con el responsable del local, un anciano guardián de autos, que dijo que no había ningún problema. El Chusko ya había pensado en un collage de cuerpos atados y bocas amordazadas, en pintura negra, blanca y roja. Pensó en una frase que se podía escribir en el mural, una frase que leyó en los muros de la carceleta.

—Claro que hay que someterla a votación —dijo— pero el local de todas maneras está disponible. Tenemos que reunirnos para ver los fondos y conversar con la chica que va a hacer el dibujo. ¿Cómo es que se llama?

Le di el nombre de Irene e hizo un gesto como tratando de recordar. Yo me interrogaba pensando en su fortaleza y su ánimo, en su voluntad incólume, intacta a pesar de los días de cárcel.

—Sólo cuando hayamos preparado el Manifiesto —continuó— podremos tener un conjunto de temas para desarrollar por comisiones sobre economía, cultura, educación. Luego buscaremos a gente que esté metida en esos temas, con mayor material y documentación, y personas que no necesariamente se digan libertarias pero que al ver nuestras ideas se sientan identificadas. A esa gente la reuniremos en conversatorios acerca de la idea en las universidades.

Por un momento me pareció descabellado pensar que el Chusko se había vuelto más fuerte y convencido de sus ideales, pero poco a poco esa idea fue tomando fuerza. Sentí más que nunca la necesidad de recordar para siempre aquel momento en el que las convicciones de un hombre se reafirmaban, demostrando que ni el encierro ni la tortura podían silenciar sus sentimientos e ideas…

Llegó el invierno del 94 y, mientras me acercaba al fin de mi vida escolar, mi relación con el Chusko era cada vez más fraterna, hasta el punto en que llegué a verlo como un hermano mayor y muchos en la mancha nos consideraban como tales…

Puede decirse que por ese entonces ya el colectivo funcionaba con cierto equilibrio… La inmensa cantidad de textos y panfletos que surgieron de esas reuniones, la profundización en el tema de la autogestión y el conocimiento de grupos que no se autoproclamaban libertarios pero que se desarrollaban bajo esos preceptos, como las comunidades de campesinos del 63 en Quillabamba y La Convención en Cuzco, fortalecieron las ideas de los que asistíamos; así como también lo hicieron los debates que se llevaron a cabo en locales universitarios, donde se hablaba de todas las corrientes anárquicas que existieron desde los tiempos de Stirner, pasando por Bakunin y Kropotkin, llegando a Malatesta, Guerin y Ken Knobb: anarcosindicalismo, anarco-comunismo, anarco-individualismo, federalismo, situacionismo. La caída de los regímenes de oriente y la desmantelación paulatina de Sendero iba abriendo puertas, pero a la vez nos estigmatizaba en medio de una población que veía como un triunfo del gobierno fujimorista la destrucción de las organizaciones populares, la satanización de las ideas socialistas y antagónicas al sistema. Pronto Fujimori sería reelegido, su poder sería cada vez más incuestionable; sus métodos, justificados por su "pragmatismo" y su figura, endiosada por un pueblo agradecido por una paz falsa, sin justicia ni libertades. Al ser testigos de cómo la gente entregaba ciegamente todo su poder de decisión, veíamos cómo se gestaba un monstruo que algún día mostraría su verdadero rostro. El Chusko decía que la crítica anarquista al gobierno de Fujimori no se basaba en lo mal que podía llevarse la economía, sino en la forma en que se administraba el poder, en la estructura del Estado. Yo lo escuchaba atento, recordando que él, aquel 5 de abril, había previsto casi todo lo que vivíamos entonces.

Cuando el Chusko hablaba en las reuniones acerca de anarquistas de comienzos de siglo, una idea ridícula cruzaba mi mente: que él fuera la reencarnación de uno de ellos. Durante las tardes que pasábamos juntos, cuando salía del colegio directo al Centro, lo escuchaba narrar aquellos relatos enciclopédicos acerca de la Revolución española, las colectivizaciones en Cataluña, la efectividad de las fábricas dirigidas por sindicatos anarquistas que, aparte de la producción normal, debían producir armas para el frente de batalla, donde los franquistas contaban con el apoyo de nazis y fascistas italianos. Hablaba de Buenaventura Durruti con mayor encanto que cuando hablaba del Che, de las persecuciones que éste atravesó, de sus años en cárceles y su coherencia y sacrificio. Una tarde, sentados en las gradas del Centro Cívico, luego de pintarrajear con spray algunos muros de la zona donde se encontraban las oficinas de la Sunat, le escuché leer un extracto de Homenaje a Cataluña de George Orwell, donde se narraba —y casi podía sentirse— el ambiente de una ciudad liberada del capital y el Estado: calles con banderas que anunciaban fábricas expropiadas y colectivizadas, donde la gente trabajaba según sus necesidades; trenes y tranvías pintados de negro y rojo, edificios tomados por obreros, campañas de alfabetización y servicios médicos en las ciudades de Aragón, Castilla y Andalucía. De julio a octubre del 36, en ese territorio, la gente se sintió humana por primera vez y ya no parte de una maquinaría en la que sus voluntades eran aplastadas por los intereses de unos pocos. Una ciudad en la que por doquier se respiraba la creencia en la Revolución y el futuro.

—¿Y aquí en el Perú podría pasar algo así? —preguntaba yo.

—Tal vez no de la misma manera —decía él—. Lo único que se busca es que el poder no esté en tan pocas manos, que se cree un espacio donde se desarrollen estas ideas y actividades.

Cuando pienso que la gran mayoría de mis ideas políticas se cimentaron en esas conversaciones callejeras, entre bares y conciertos, en fanzines y canciones, no sólo me siento fuera de sitio por no poseer una formación metódica, sino que no puedo evitar mi gratitud por sentirme obra del Chusko. La crudeza de algunos temas como la expropiación de los medios productivos, la lucidez con que expresaba la inmoralidad de los que eran históricamente culpables del infortunio de muchos, la coherencia y humildad que mostraba ante sus adversarios, su ánimo de entendimiento, los llevo grabados como la letra de una canción. Sólo él me habló acerca de la corriente colaboracionista en la Guerra con Chile, de los intereses de los hacendados y aristócratas, y de la traición del Estado a los comuneros que lucharon en La Campaña de la Breña, luego de que Cáceres tomara el poder. Él me habló de los Pardo, los Wiesse, los Picasso, el Grupo Romero, me señaló quienes eran los dueños del Perú, pero jamás con el ánimo de envenenarme el corazón, sino de hacerme conocer algo que estaba más allá, lo cual yo había buscado desde niño. Lo prohibido, lo temerario, cobraban en él la forma que yo hubiera deseado poseer para aceptar la vida que llevaba, para escapar de mis debilidades y no sentirme culpable de lo que poseía y no avergonzarme por lo que me faltaba. Sólo cuando él me dibujó una realidad dura pero hermosa a la vez, pude sentir el rumbo de mis propios deseos. Nunca sentí una deuda tan grande hacia alguien y hasta ahora la realidad no ha vuelto a mostrarse tan mágica, tan a la mano como en aquel tiempo. Tal vez porque nunca volví a soñar como lo hacía entonces.


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* Julio Durán (Iquitos, 1977) frecuentó desde temprana edad los círculos culturales alternativos. En 1998 editó Festival de la Desesperación, su primer poemario. La plaqueta, diseñada en cartón negro y con tinta roja, incluye gráficos del autor. En el año 2002, edita por cuenta propia y de manera artesanal, el primer tiraje de Incendiar la ciudad, su primera novela, actualmente sin edición formal. En el 2006, la revista literaria newyorkina A Public Space publica extractos de Incendiar la ciudad traducidos por Daniel Alarcón. El texto aparece al lado de escritos de José de Pierola, Óscar Colchado, un artículo de Santiago Roncagiolo y una entrevista a Miguel Guitiérrez. En el 2007, la editorial Estruendomudo incluye un cuento del autor, La forma del mal, en su antología Selección Peruana 1990-2007. Ese mismo año, el escritor Miguel Gutiérrez incluye una reseña acerca de Incendiar la ciudad en su libro de ensayos sobre literatura de la violencia Pacto con el diablo. En la actualidad, Julio Durán prepara los textos de su próxima publicación: un libro de cuentos.