jueves, 25 de marzo de 2010

Como dulce trueno (fragmentos)

por Franco Salcedo*


Marie anda de aquí para allá escuchando música, siempre. Le gusta La foule, le gusta leerme cosas en la cama cuando no se me para y fumo y me duermo entre sus piernas. Ella también fuma, así que compartimos el cenicero, el hastío de la tarde, los primeros destellos de una ciudad que es malva bajo los faroles. Lerner, el gato del vecino, siempre viene a visitarnos; el pobre vive con un viejo que pronto se va a morir, al viejo Job le diagnosticaron cáncer pero nadie habla de eso, nadie le dice que se va a morir, solo a veces yo pregunto como una letanía:

¿Se muere el viejo de Lerner, Marie?

Sí, Drink, se muere. —Y me sigue leyendo.

Ella aprendió a bailar salsa para una película de bajo presupuesto. Cuando está feliz baila conmigo, me hace girar por el departamento, nuestras sonrisas se hacen una algarabía interminable… entonces me suelta, sale desnuda hacia el balcón, sobre las luces del alumbrado deshaciéndose bajo la aurora —todo azul, después morado y nebuloso, después blancuzco—. Entonces se apoya en la baranda y vomita toda la cerveza, un mundo viscoso hacia mundo deforme. Se limpia la boca con la mano, enciende un cigarrillo, me mira desnuda en medio de la sala, damas y caballeros, de pie, o hace una reverencia y se ríe de esa forma extraña —como dulce trueno.

En verdad, todas sus películas han sido de bajo presupuesto. No le importa mucho el dinero, le gustan los gatos, le gusta La foule, le gusta repetir las cosas todo el tiempo, se pasa la mañana viendo películas de Bud Spencer y Terence Hill en el Betamax. Pero no le creas todo, uno nunca sabe cuándo está hablando en serio, aunque me voy dando cuenta; además, si no se me para, me rasca la cabeza y se pone a leerme cosas en la cama mientras fuma o abre un vino en caja del refrigerador. Le gusta el vino, la cerveza y el bromazepam. ¿Qué creías… que no puede deprimirse como todos? (acaso esperas que no sueñe cosas turbias). Le gusta que le lama la vagina hasta correrse y entonces empieza a toser y se atora y escupe sangre y enciende un RedKin Blue con los ojos llenos de lágrimas, con la garganta apretada y caliente por donde discurren pequeños coágulos que ella traga con la ayuda del humo del cigarro.


Donde habite el olvido

El amor era una cosa triste con Marie: mezcla de ausencia, cerveza, ojeras; un desfile de explosiones en las márgenes de un río silencioso. Nico, su hermano menor, suele conversar conmigo cuando voy a visitarla; dice que este año se ha vuelto hincha de River porque en Navidad su papá le regaló la camiseta, el regaló el short, las medias (la indumentaria completa) y ahora viste como en las fotografías y yo le digo, claro Nico, eres como el Enzo (uruguayo), como el matador Salas (chileno), como Pablito Aimar (argentino). Entonces desaparece y me deja solo. Al rato vuelve con El Gráfico, la revista deportiva que hojeamos en silencio (albirrojo): Franco, ¿vamos al estadio?; le digo que se vaya a la mierda (mientras pasamos las hojas) y él ríe porque sabe que iremos al Monumental este domingo (las fotografías en sepia) y gritaremos muchas malas palabras… No pasa nada, ella te ha querido siempre; me mira de esa forma (en blanco y negro), como si entendiera, y yo le digo que sí (en color), que hay otros que ha querido siempre, pero que se vaya aprendiendo todas las canciones porque este domingo le ganamos al Barza, al Manchester, a todos juntos, mientras le acaricio la cabeza o le doy un puñetazo en la boca. No llores Nicolás, ni te dolió… (ni te dolió).


Un lugar bajo los cielos

Vincent apareció un día en que Franco estaba de viaje. Al volver no encontró a nadie, por eso le llamó la atención el gato roncando en el sofá. Le acarició el lomo y Vincent salió corriendo como si le hubieran pasado corriente. ¡Jo!, el gato se orinó de miedo y al escapar se estrelló con el ventanal. Yo sé lo que pasó porque en la casa el tiempo funciona de otra manera, el tiempo flota como la espuma sobre la cerveza; por eso las dos épocas conviven como superpuestas, las historias se juntan, se alejan, se acercan de nuevo, conversan, susurran, se quedan en silencio.

La casa quedaba en un antiguo bulevar, junto a un asilo para ancianos, en el distrito de San Regis, cerca del mar. Desde la terraza se podría ver el patio donde sacaban a los abuelos a tomar el sol como vegetales marchitos. El viejo Job pasó mucho tiempo ahí antes de mudarse al piso contiguo al nuestro. Le habían diagnosticado cáncer, y como se tomaba a los médicos muy en serio terminó pasando las tardes jugando a las damas bajo el sol del moridero San Germán. Pasó tanto tiempo ahí esperando la muerte y NADA. Los juegos de mesa terminaron por aburrirlo. El sol era un triste consuelo y extrañaba los bares y las putas. No pudo más, lo que pasa es que no pudo más y se largó sin avisar. Nadie supo de él en mucho tiempo hasta que un día reapareció por el vecindario muy borracho y más sano que nunca. Franco le alquiló el piso de al lado, y desde entonces somos vecinos. Pero cuando llegaba muy pasado se iba al asilo. Cuando Vincent se hizo mi amigo empezó a venir a casa, fue así como lo conoció Efe y después todos los demás: durmiendo en el sofá y saliendo a chocarse contra la ventana. Me cago de risa, el gato es cosa seria para ser un gato.


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*Franco Salcedo (Chincha, 1974) ha publicado Entre ceros y unos (breve antología de literatura y fotografía, 2004), Como dulce trueno (palimpsestos, 2008) y El Solitario (crónicas de viaje, 2009); todas publicadas bajo el doble sello editorial que el propio autor ha creado como parte de su obra de ficción: Mordaza de las Sombras & El-camino-de-las-tardes. Afirma haber ganado una caja de cervezas en un concurso de literatura erótica por Internet con el relato Amo a Ximena por el culo y, en la actualidad, se dedica a escribir guiones para teatro, escuchar música de todo tipo y ver películas en salas vacías.